Artesano de la vida
José Luis Campos vive en Taruy, una localidad rural ubicada a unos 70 kilómetros de la ciudad de Añatuya. Además de dedicarse a las tareas propias del campo, es un artesano que confecciona artículos en cuero tales como cinturones, bolsos, billeteras o llaveros, que luego comercializa para obtener ingresos complementarios.
José trabaja el cuero de oveja, cabra o cabrito, y también de animales como el gato montés, la boa, o el chancho salvaje que suelen merodear por los campos. El proceso incluye el curtido, la costura de las piezas, y el pulido final, dando lugar a piezas de excelente terminación y calidad.
“Aquí, en la comunidad –relata José- somos doce familias. Es una comunidad que está organizada desde hace varios años, allá en la época de los ochenta, y gracias a eso se consiguen muchas cosas. Hay un plan del gobierno que es “Pro-Agua”, por ejemplo, y hemos conseguido para hacer unos aljibes. También logramos, a través de otro programa del gobierno, un proyecto para hacer los cerramientos de las parcelas del campo de lo que es nuestra tierra”.
Al hablar de la historia de su comunidad, José rememora: “Hace bastantes años éramos muchísimas más familias, treinta o cuarenta. Lamentablemente, muchas han tenido que emigrar en busca de trabajo porque en la zona había poco que hacer y tenían que irse a otra provincia o a Buenos Aires para conseguir trabajo y ahí empezar a hacer su vida. En el caso mío, yo he tenido la posibilidad de quedar en este lugar porque aquí vivieron mis abuelos, pero en aquellas épocas no existía esto de organizarnos y ver qué podemos hacer para conseguir cosas. A lo mejor esa era un poco la falla de nuestra comunidad, de nuestros antepasados. Por eso ahora pienso que tenemos que empezar a trabajar, a hacer cosas para que a nuestros hijos no les pase lo que les pasó en aquella época a esas familias que han tenido que irse”.
José habla por experiencia, porque él también salió a buscar nuevos horizontes. “Yo he sido de aquellos que emigraron, pero Buenos Aires es rápido, veloz, es muy traqueteado, para decirlo a lo criollo. En mi caso, yo trabajaba en una obra: a las tres o cuatro de la mañana tomaba unos mates y salía de casa, para volver a las doce de la noche. Yo lo que veía es que tenés que andar a las disparadas. He vivido allí varios años pero extrañaba el pago, eso no era para mí. Aquí no tenés que vivir corriendo, te levantás y andás libre. Aquí me he hecho, aquí he nacido y aquí tengo que morir”, afirma con convicción.
Como padre, las preocupaciones de José, son las mismas que viven cotidianamente los añatuyentes. “Mi hija tiene 13 años, explica. Nosotros tenemos aquí en la comunidad la escuela primaria, hasta sexto. Y si quiere seguir la escuela tiene que ir al pueblo de Matará a catorce kilómetros. Y lamentablemente, tiene que ir y venir todos los días. Hoy lo está haciendo en una motito porque he tenido la posibilidad de juntar unos pesos y comprarla para que vaya a la escuela. Como todo padre, uno siempre quiere que el hijo sea un poco mejor, darle la posibilidad de ir a la escuela, estudiar y tener algún título. Pero también es un problema porque aquí no va a conseguir trabajo y por eso los hijos se nos van”.
A pesar de las dificultades, la comunidad de Taruy, mira hacia el futuro: “con Cáritas de Añatuya hemos tenido un proyecto y varias capacitaciones, y hoy tenemos la posibilidad fabricar los ladrillos ecológicos, para construir nuestras casas. Con ellos ya hemos levantado nuestra propia capillita. Para la comunidad es muy importante porque como cristianos, siempre tenemos que tener un lugar donde nos encontramos con Dios. Y hace muchísimos años, cuando era joven, hemos hecho una comisión de jóvenes para trabajar, pensando en hacer ese lugarcito para Dios. Y después tanto tiempo ese proyecto se ha concretado”, concluye José.